domingo, 6 de septiembre de 2015

Pero todo tiene una razón. La mía, simplemente, era que te amaba.

Me dejé llevar por ti. Por tus gustos, por tu carácter dañado que quería reparar, por lo que había tras esa caparazón que no dejabas que nadie rompiera, y tantas otras cosas más. El tiempo contigo era feliz. No particularmente increíble, y quizás ahí debí haber dicho “no más”, y debí ser prudente. Pero me encontraste en una época en la que no temía a nada, y mi juicio estaba nublado por mis nuevos aires de libertad, porque al fin estaba moldeando como yo quería ser. Y por eso, probaba un poco de todo, y te terminé probando a ti.
No puedes negar, ni yo puedo hacerlo, que todo iba bastante bien. Tú lo sabías, sabías que algún día me iría sin más. Que lo que nos estaba pasando no era suficientemente denso, ni real, ni comprometedor. Pero yo estaba demasiado relajada, y sólo te decía que todo estaría bien y podías confiar en mí. Aún si digo todo esto, sé que sentí cosas por ti y que me dedicaba a conocerte y lo disfrutaba. Nunca fue mi intención no estar en el mismo nivel en lo que podríamos haber llamado una relación, pero simplemente seguí con el guión que teníamos y compartiendo en un mundo totalmente nuevo al que yo conocía.
Pero tus celos y la energía que emanaba de ti me sofocaban. Porque aunque nos hayamos gustado, ninguno era para el otro. Yo estaba siendo demasiado relajada y dejaba que todo fluyera, pero tú necesitabas seguridad. Quizás nunca lo entendí. También me habían dañado antes, y solo pude darte la sinceridad que sentía en el momento, pero no era suficiente, y me terminaste encerrando en cuatro paredes, pues no querías a nadie más cerca de mí. Y me frustre demasiado, huí varias veces regresando, pero la última no pudiste... y tal vez no pude más.
Después de mucho volví a escribir y lo hice por ti, constantemente me incitabas a hacerlo, y estoy aquí una noche más dedicándote esto. Cariño, gracias por enseñarme tantas cosas, gracias por mostrarme que a veces no todo lo que deseas se hace realidad, que a veces somos nosotros mismos los que tenemos que salvarnos. Muchísimas gracias por hacerme perder a mí misma e irónicamente estar allí para ver cómo me reencontraba, no con mi
antigua yo, sino con una yo más profunda, más valiente, menos superficial, pero con la misma esencia de niña loca que se enamoró de una sonrisa que no era para ella. Quiero decirte que aunque todavía trato de sacar lo mucho de ti que dejaste aquí dentro, no eres indeleble y paso a paso puedo borrar tu recuerdo que hace tiempo pensé habías marcado en mí como un tatuaje, pero hoy comprendo, que incluso los tatuajes se pueden eliminar. No quiero que me malinterpretes, tampoco puedo reclamarte por no amarme como merecía, no se puede pedir a las personas que sientan algo que no pueden sentir, eso también lo aprendí gracias a ello. No puedes mendigar amor, eso ahora lo tengo presente cada día, solo puedes dar lo mejor de ti y amar, ya verán los otros si te aman o no. Te deseo lo mejor, perdón por haberte culpado de tanto, sabiendo que yo también fui culpable. Solo sentía que eras el peor, pero no lo eres, eres maravilloso, no puedo olvidar tantas alegrías y tanto apoyo. 
La distancia tampoco lo hizo fácil, pero aun así pienso que lo fácil aburre, y que lo difícil engancha. Fue fácil tenerte, pero difícil engancharme, pero cuando lo hice no pude dejar de quererte, porque querer no es fácil y si quieres no te aburres. Y ahora, que no te tengo, que me dijiste que te habías cansado, me doy cuenta de que a lo mejor te lo puse demasiado fácil, la culpa fue mía, no de nadie más, por no complicarlo todo un poco y hacer que te engancharas. Como yo. Que no confié en ti, decías. Pero todo tiene una razón. La mía era, simplemente, que te amaba.