Imagina esto. Dentro de tres años, estás en la fila del banco y de repente escuchas a alguien tararear su canción. Y recuerdas que ella decía que cantar no era su fuerte, pero nunca habías escuchado una voz tan bonita, ronca y dulce a la vez. Te encantaba que te cantara todas las mañanas; su voz junto la tuya. Comienzas a preguntarte qué cantará en la ducha hoy en día, qué escuchará antes de irse a dormir. Te preguntas quién escuchará sus pláticas nocturnas sobre la vida, o quién la consolará en esos días de lluvia.
Imagínate esto. Dentro de siete años, estás sentado en una casa grande, con una cerca blanca y un jardín con columpios. Hace años jurabas que ibas a estar viviendo en una gran ciudad con ella a tu lado, pero las cosas salieron mal y viste cómo se te escapaban todos esos planes de las manos, mientras ella se iba de tu vida, porque nunca tuviste la fortaleza para pedirle que se quedara. Eran simplemente dos adolescentes orgullosos y tal vez con demasiadas aspiraciones.
Ves el amanecer y ves el anochecer y te preguntas si ella estará en algún lugar del otro lado del mundo como se lo proponía. "Me voy a ir de esta ciudad" decía, "no importa cómo lo vaya a hacer o a dónde vaya a ir, pero será lejos."
Imagínate esto. Dentro de veinte años, encuentras tu primera cana. Te empieza a dar ese ataque de pánico que todos se ven obligados a tener a los cuarenta, cierras los ojos y te la arrancas, sin pensarlo dos veces. Tu vida está estable por el momento: tranquila, calmada, como si por fin hubieras entendido todo. "Estoy envejeciendo", te quejas. Y en algún lugar de tu mente, te preguntas si ella estará envejeciendo también. Te preguntas si se seguirá emocionando como niña chiquita cuando encuentra el juguete perfecto, o si los años la habrán amargado y sus ojos habrán perdido ese brillo que te volvía loco.
Imagínate esto. Dentro de cincuenta años, tu cabello está todo blanco (si es que sigues teniendo). Tu bastón es el único amigo que te queda y los recuerdos vienen y van dentro de tu cabeza, como las nubes en el cielo. La mayoría de los días no puedes ni recordar lo que desayunaste, y hay veces que te lastima el respirar. Es en esos momentos, cuando te duele el pecho y tienes que sentarte, que la recuerdas. Piensas que es cierto, que uno nunca se olvida de las personas que se amó realmente. No eres capaz de recordar el clima de ayer, pero recuerdas claramente esa tarde de invierno y cómo te quejabas de sus preguntas absurdas cada 10 segundos "Me pregunto si es feliz", dices en voz alta, y la gente a tu alrededor cree que estás divagando sin sentido. "Espero que haya encontrado lo que buscaba."
-No dejes que te lleve toda una vida darte cuenta de lo que importa-
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